jueves, 11 de julio de 2019

Génesis.

Ave María purísima, sin pecado concebida.

Si a las paredes les gusta hablar, en ese momento, se quedaron mudas. De ellas se notaba cómo resbalaba una humedad apetitosa, pegajosa, con la que, tímidamente, nos dejamos envolver. Luego explica el pelo encrespado, será el clima tropical, echándole imaginación.
Si llovió después fue porque el cielo se corrió antes sólo con vernos. Relamernos la boca, cada una la suya, antes de que amanezca es un deporte de alto riesgo, y así lo declara tu sexo.
Bendita tú no eres de entre todas las mujeres. Tampoco entrelazaste tus manos, pero sé que, cuando te volviste, rezaste un deseo por el que tus ojos ya te habían delatado. Para la próxima, podemos arrodillarnos a la vez, juro respetar las distancias. Perdóname Dios, porque sabemos lo que hacemos y, además, lo queremos. Nos acabaremos quitando la venda y la vergüenza para, finalmente, buscarnos en el infierno, porque somos iguales. Que nadie se apiade, porque tenemos más deseo que lamento, porque la enfermedad que padecemos nos hace más vivas, y porque al resto de las calles le da morbo, mínimo, mirar, haciéndose eco de lo visto, oído, tocado, degustado. Del olor ni rastro, somos pulcras.
Te pido que volemos por encima de cualquier acera de la ciudad que nunca duerme, y no conciliar el sueño eterno aún, que nos queda declararnos la guerra, gritar nuestros nombres, atacar con las manos y tanta paz quede en el aire como gloria sintamos.
Y ojalá no ardan nuestras alas, porque no hay pureza más bonita que dos ángeles dándose un abrazo de despedida tardía. Nos volveremos a ver, en nosotras queda el pecar, no en el destino.

Amén, Pater.


El jardín de las delicias, de El Bosco.

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