lunes, 10 de septiembre de 2018

Vuelve a mi rutina.


Recaemos en los domingos tristes, en los lunes salpicados de desmotivación y en los viernes teñidos de una felicidad caduca, los demás días están de más. En correr para coger el tren, aunque venga otro después, da igual, queremos ese, porque llegamos tarde. En no tener tiempo ni a mirarnos a la cara y recordarnos las noches de Alhambra helada y sexo de seguido, en los abrazos de calor impuro y en las posturas raras para dormir sin agobiarnos.
El moreno se esclarece y el sol se nubla, por estos tiempos sigo esperándote, mi rollito de verano dura las otras tres estaciones del año, tengo buen gusto. A días grises, labios rojos, pero la gracia está en que mi pintalabios perenne se corra nada más verte y nos demos una alegría entre las prisas del resto de la gente, infelices, no se acuerdan que el cigarro que se fuman en los descansos del trabajo es el cancerígeno, no el de la puerta de casa, de madrugada, antes de entrar y devorar tu cama, contigo dentro. Las calles me preguntan que a ver cuándo te dejas ver, conmigo, de la mano; dicen que les falta ese pisoteo fuerte que ya quisieran los tablaos de Andalucía sentir, y que marcamos decididas cuando vamos juntas, siempre.
No sé muy bien cuál es nuestra frontera, a veces sospecho que nos la inventamos por complicar un poquito más la vida, parece que nos resulta algo sosa si no es así, y qué coño tenemos. Otras, en cambio, creen que nos la ponen, pero sólo es una invención que ni la de Hugo está tan bien currada, tampoco cuela, somos más de series, aunque no sepamos si vamos por la segunda o la tercera temporada de la nuestra.
Nunca he corrido detrás de alguien, literal, hasta que llegaste tú, bueno, realmente fue porque te ibas. Y volvería a correr otra vez, con la certeza de conseguir que te quedes un rato más, al menos, y así los lunes vuelvan a tener su toque dulzón y los viernes dejarlos como consuelo para los que se amargan en su rutina.

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