sábado, 11 de agosto de 2018

De Ayllón a Lo Pagán.

Él ahora habla más del pasado. Todo le ha ocurrido, todo guarda relación con alguna vivencia suya. A sus ochenta y ocho otoños tiene la cabeza en su sitio, aunque el pulso no mucho pero, de tanto impulsarse en la vida, se ha ganado a pulso limpio lo que tiene. Bueno, limpio tampoco, porque esas manos han trabajado mucho a la Madre naturaleza, la han tratado con fuerza. Fuerza que nunca ha empleado hacia su media naranja, ni hacia sus frutos, ni hacia los frutos de sus frutos, cuyo jugo ha salido muy dulce, no es por nada. Dice que el agua está mejor que el whiskey, que prefiere estar de pie a sentarse y, así, crecer, cuando no se da cuenta que ya no puede crecer más como persona y que nunca crecerá lo suficiente para llegar al mueble de arriba.
Él, que se ha pasado la vida calculando en pesetas, y vale más que el euro. Se ha pateado cielo y tierra andando, porque no ha tenido coche, ni barco, pero sí burra.
El pan de ayer es mejor que el de hoy. De la Castilla profunda, de la seca pero con su gracia particular. Por cada arruga, una sonrisa y un dicho popular, o de cosecha propia, que siempre cuela. Quiere mandar a todos los políticos a la luna, que no a la mierda, porque es demasiado bueno, y de tan bueno que es, se le perdona su cabezonería por no desvelar el ingrediente estrella de ese puré, bendito puré. Y es que el "Restaurante Casa Antolina" pasó a ser el "Restaurante Casa Abuelo", y quién lo diría, nadie, hasta que sí, fue así.
A veces se le caen las cartas, a veces le duele la pierna, a veces no ve, a veces no entiende. Pero sólo a veces, porque aunque siga hablando más del pasado, él sigue viviendo el presente, a ratos aburrido, a ratos en soledad, a ratos "no ha estado mal". Y no le asusta hablar del futuro, pero tampoco le interesa, porque dice que los años no perdonan, que nosotros vamos para arriba y él para abajo, que él está viejo.

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