domingo, 28 de enero de 2018

Caliéntame, Enero.

Ha tardado en venir el frío, pero ahora sí, ahora se ha metido hasta en los huesos y no hay abrigo ni abrazo que lo saque de mi cuerpo. Escuchar el ruido de las persianas golpear contra las ventanas me lleva a pensar que ojalá fueran esos los únicos golpes que escuchásemos siempre, por causa natural, de forma irremediable y poco importante. El mundo está lleno de personas, no, de personas no, de seres, mejor, de seres con sangre muy fría y me pregunto si será por el temporal, que los trastorna y trastoca hasta lo más profundo de su ser provocando un daño irreparable contra los que, aún con bajas temperaturas, seguimos teniendo la sangre caliente y nos enfrentamos al frío invierno armados hasta las cejas de lana y, a pesar de eso, a veces nos afecta, y nos enfriamos, y vuelve a ganar el hielo. Hielo que a veces nos falta para echar a la copa y tomar así mejores decisiones; otras, sin embargo, sobró en la propia Guerra Fría y en el resto de guerras que solemos declarar contra nosotros mismos, y contra los demás, en las que no hay Dios capaz de templar. Bueno, es que no hay Dios en general, entonces, qué se puede esperar si no es de nosotros mismos las buenas actuaciones, que en ocasiones fracasan, y eso sí que no desespera, la esperanza en la humanidad se congeló hace siglos.
Es fascinante la gravedad que empuja a las olas chocar contra los acantilados, parece que fuera alguien quien, con mucha rabia, lo pagase contra el agua, simbolizando que no siempre todo fluye, que a veces el agua se estanca, como si de un pozo se tratase, y no puede avanzar porque algo tan sólido no le deja, y se vuelve fría, tan fría que se hiela, y vuelve a ganar.
Y qué se puede decir del fuego, contrincante poderoso, el espectáculo tan maravilloso que se forma cuando, en el momento más inesperado, una racha de aire lo aviva, lo despierta aún más, lo libera, lo hace crecer llevándose todo por delante y, de pronto, cae agua, lo para, se vuelve a dormir, la zona se enfría, y vuelve a ganar.
A la tierra congelada nadie la quiere, porque no es productiva, no es bonita, y pasa desapercibida, y vuelve a ganar.
Qué coño nos pasa con el frío que vence todas las batallas, las internas también.
Pido a Enero, que ya termina, que me deje un buen sabor de boca como para querer repetir, que me busque y me encuentre cada noche, en la misma cama, no fallo, procuro hacerlo con las bragas más inocentes y los tangas más provocadores. Le pido que me envuelva, me camele, me ponga la piel de gallina, pero que no me ame, sólo que me caliente. Caliéntame, Enero, para soportar al mundo, porque el año empezó dejándonos a todos helados.


Ojalá el ruido de las persianas golpear contra las ventanas fuera la única violencia escuchada y, sobre todo, permitida.

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