Ha tardado en venir el frío,
pero ahora sí, ahora se ha metido hasta en los huesos y no hay
abrigo ni abrazo que lo saque de mi cuerpo. Escuchar el ruido de las
persianas golpear contra las ventanas me lleva a pensar que ojalá
fueran esos los únicos golpes que escuchásemos siempre, por causa
natural, de forma irremediable y poco importante. El mundo está
lleno de personas, no, de personas no, de seres, mejor, de seres con
sangre muy fría y me pregunto si será por el temporal, que los
trastorna y trastoca hasta lo más profundo de su ser provocando un
daño irreparable contra los que, aún con bajas temperaturas,
seguimos teniendo la sangre caliente y nos enfrentamos al frío
invierno armados hasta las cejas de lana y, a pesar de eso, a veces
nos afecta, y nos enfriamos, y vuelve a ganar el hielo. Hielo que a
veces nos falta para echar a la copa y tomar así mejores decisiones;
otras, sin embargo, sobró en la propia Guerra Fría y en el resto de
guerras que solemos declarar contra nosotros mismos, y contra los
demás, en las que no hay Dios capaz de templar. Bueno, es que no hay
Dios en general, entonces, qué se puede esperar si no es de nosotros
mismos las buenas actuaciones, que en ocasiones fracasan, y eso sí
que no desespera, la esperanza en la humanidad se congeló hace
siglos.
Es fascinante la gravedad
que empuja a las olas chocar contra los acantilados, parece que fuera
alguien quien, con mucha rabia, lo pagase contra el agua,
simbolizando que no siempre todo fluye, que a veces el agua se
estanca, como si de un pozo se tratase, y no puede avanzar porque
algo tan sólido no le deja, y se vuelve fría, tan fría que se
hiela, y vuelve a ganar.
Y qué se puede decir del
fuego, contrincante poderoso, el espectáculo tan maravilloso que se
forma cuando, en el momento más inesperado, una racha de aire lo
aviva, lo despierta aún más, lo libera, lo hace crecer llevándose
todo por delante y, de pronto, cae agua, lo para, se vuelve a dormir,
la zona se enfría, y vuelve a ganar.
A la tierra congelada nadie
la quiere, porque no es productiva, no es bonita, y pasa
desapercibida, y vuelve a ganar.
Qué coño nos pasa con el
frío que vence todas las batallas, las internas también.
Pido a Enero, que ya
termina, que me deje un buen sabor de boca como para querer repetir,
que me busque y me encuentre cada noche, en la misma cama, no fallo,
procuro hacerlo con las bragas más inocentes y los tangas más
provocadores. Le pido que me envuelva, me camele, me ponga la piel de
gallina, pero que no me ame, sólo que me caliente. Caliéntame,
Enero, para soportar al mundo, porque el año empezó dejándonos a
todos helados.
Ojalá el ruido de las
persianas golpear contra las ventanas fuera la única violencia
escuchada y, sobre todo, permitida.
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