Me creo el amor y la belleza
que representaban Venus y Afrodita, pero me convence más la
sinceridad de Qadesh.
Lilith, lujuriosa y rebelde,
cansada de ser sometida por Adán, abandonó el Paraíso, y creo que
a la historia cristiana esta versión judía no le interesaba
valorar.
Creo en la ninfomanía y en
que dicho término fue creado por el patriarcado para hacer sentir a
la mujer culpable de su apetito sexual "excesivo". No es
excesivo, es inconsumible.
Creo que a la puta le viste
la falda tan larga como de grande es su pureza, que no hay cigarro de
después que le sienta mejor que a ella, y que anula como mujer a
la que es forzada, en todos los sentidos.
Creo en el placer
compartido, en la no sumisión con carácter imperativo dictada por
el que entre sus piernas cuelga, lo que cree que es, su mazo para
valorar lo que no es sólo suyo.
Creo en el orgasmo mental y
no sólo por los libros, sino por personas que te seducen y excitan
la mente con su palabra mientras calientan la barra del bar; pocos
consiguen suficientes grados, y otros pocos llegar a disfrutarlo.
Creo en el arte del erotismo
y que el arte es una de las más abstractas y perfectas formas de
definirlo.
Creo en las orgías sin
hacer ascos, en los locales de alterne sin vergüenza, y en las
corridas donde no se ensucian las manos de sangre.
Creo en el poder de la
seducción vestido de lencería de encaje negra, y no roja, por
Navidad.
Creo que nuestros padres
siguen follando, hasta que la vida no les da para más.
Creo en los gemidos
aguantados, callados, con intención de no despertar la curiosidad de
abrir la puerta de un baño y descubrirnos. Me creo los gemidos de
los actores y actrices porno en sus polvos privados. Y creo
firmemente que el porno, sobre todo lésbico, es muy malo.
Creo en el amor teórico,
pero más aún en el práctico. En las caricias y besos
intencionados, en las miradas con ojitos golosos, en la búsqueda
infinita de las manos mientras arqueamos la espalda, en arañazos con
sentido, en sentimientos arañados por las ganas. En los latidos
iniciales y suspiros finales. En el sudor que empapan las sábanas,
en tangas calados y labios humedecidos.
Creo que a la canela ya
nadie se la cree y que hacerlo en la encimera de la cocina está
sobrestimado.
Creo que la música y el
buen vino, mezclados, son aliados de los que tiramos para tirarnos a
alguien en nuestra cama cuando está la casa demasiado silenciada.
Creo que los juegos sexuales
están infravalorados, pero a todos nos pica la curiosidad por
cambiar un poco.
Creo que la masturbación es
una técnica tabú para conciliar el sueño.
Me creo a las personas que
dicen que el sexo sucio es el sexo bueno. Me alegro de conocerlas y, con algunas, ha sido hasta un placer hacerlo. Conocerlas, digo.
Y creo, como en tantas
cosas, que el deseo carnal no lo pides tú antes de soplar las velas
o cuando ves cómo se corre una estrella, sino tu cuerpo. Y darle al cuerpo lo
que pide, nunca está de más.
Ilustración de @maria_uve_
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