jueves, 3 de agosto de 2017

Mi naturaleza.

A la vida, que le he dado forma de pirámide y de círculo, yo, tan simplemente retorcida.

Ahora es cuando le doy otra forma, la de sus piernas. Creo que es la más bonita de todas sus transformaciones, la que más vértigo me provoca cuando me asomo desde el acantilado de sus caderas y la que más deseo despierta en mí si la miro desde abajo. Me convierto en pantera por sus muslos dejando, con mucho sentimiento, pequeños arañazos que delatan las ganas de comerme todas sus curvas hasta llegar a la cascada para saciar mi sed; siempre noto que por esta selva la temperatura es muy elevada y la humedad de ella es también mi sudor. Debería tener cuidado, en esta vida las arenas movedizas se encuentran cerca de su ombligo, una zona bastante tentadora cuyo calor es tan fuerte que te deja perdida y te arrastra hasta lo más profundo de su ser en donde sólo te permite ver el pozo de su boca suspirar. Confieso que, si se da la vuelta, es fascinante el paisaje que se posa en su espalda, aquí es cuando me convierto en un feo saltamontes que va de lunar en lunar hasta llegar al famoso valle, escenario que enseña la luna llena todas las noches, sobre todo de verano, y nunca llueve.

Todavía no tengo claro dónde quiero vivir, si en el aire de su pelo, en el fuego de sus ojos o en el agua de su boca. Sólo hay una zona que no me atrevo, en los terremotos de sus dedos después de cada orgasmo, ahí es muy difícil dormir y, de vez en cuando, necesito descansar.


Sigo sin decidir dónde quedarme porque lo cierto es, que esta vida me gusta demasiado como para estancarme en un único lugar, así que tal vez lo mejor sea viajar por todo su cuerpo hasta morir ahogada a causa de las inundaciones de entre sus piernas, o por ese miedo agónico que me entra cuando escucho sus finos suspiros y afinados gemidos, cuando me encuentro sola con su cuerpo, en la noche.

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