Soy más humana de lo que ya era y aquí voy a pedir mi suplico.
Paren el paso y agárrenme las manos en las que escondo mi cara caída en el lamento de este cuerpo que se quema con su verdad más absoluta. Mis ojos en llamas son un grito a la vida que mi voz, a veces ronca, a veces tímida, a veces muda, no consigue llamar. Deshagan los nudos marineros que me aprietan la garganta con un hilo tan fino como la línea que divide la realidad del sueño. Bájenme de la nube, que esta es gris como la pureza de una niña consentida y yo la quería blanca como la psique de una mujer que me asegure que llegaré a buen puerto. Desnudarse del dolor nunca fue tan difícil después de lidiar con mil y una batallas en las que tu peor enemiga, y fiel compañera, es tu alma. En un campo de minas se tienta a la suerte y al destino por igual, así que la mejor opción es guiarse por la luz de cada estallido, porque necesito despertar de la ceguera en la que caí con ciento y un combates. Puede que ese sea el motivo por el que mi armadura está sucia y sea momento de despojarme de ella para limpiarla, atrévanse a aprovechar ese instante para atacar porque sólo así tendrán la certeza de haberme atravesado con sus espigas. Y, una última cosa, no consientan que pierda mi caballo de Troya, mi regalo de paz viciada, la que recibí en las diez y una treguas concedidas a base de sudor y sin una gota de sangre.
Cuando cumplan todo eso, solo entonces:
No me vistan de promesas tejidas de sus mejores sedas, no me peinen ni me calcen con agujas. Déjenme desnuda, porque tengo derecho a sentir frío. Preparen la corona de laurel, no de espigas, y calibren las arpas. Den paso a esta humana que la hicieron creer diosa de todos sus placeres y guardiana de todos sus males, a la que tanto agradecieron por su felicidad y honraron con rosas de colores disecadas. Abran la mente, cierren los ojos y recíbanme como la mujer de carne y hueso que soy, cansada de este hermetismo tan salvajemente elaborado a base de sus confesiones en las que sólo dejaban que escuchase sin poder abrir la boca más de treinta grados. Aliméntenme con sus actos y no de esperanza, denme de beber vino blanco que ya he aborrecido el vino tinto. Y, sinceramente les pido, no se arrodillen si no es para darme el placer que merezco tras tanto tiempo en su cielo, porque quiero cruzar al infierno por lo que soy y no por lo que pude ser.
Guernica, de Pablo Picasso.
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