El traqueteo de la persiana contra la ventana se confundiría con el
cabecero de la cama contra la pared de no ser porque la noche que preveía romperte
el tanga tú acabaste partiéndome en dos
el corazón.
Y eso no se hace, porque tiendas de lencería todas las que quieras,
pero cajas de acero inoxidable como la mía, ninguna. Algo en común tuvimos, no
estallamos y mucho menos en añicos. Esto
último no lo tengo muy claro.
*Lejos. Verano.*
Tendría que haberme encendido ese
ansiado cigarro en el momento clave de tener los ojos más transparentes que el
alma, pero quería escupir tanto veneno que al final ni sacié el vicio ni me
morí con la verdad en la boca. Última vez que te dejo mantenerme la mirada si
no es para reconocerte. Ya no declaro la guerra, ni siquiera voy a dar el gusto
de estar con los brazos abiertos, porque las pocas balas que me quedan
encañonan frente al espejo en el lado izquierdo del pecho, un tiro decidido,
seco y directo. Nadie merece más que yo dejarme sin aliento si después voy a
ser la encargada de coser mis heridas con aguja e hilo de autocompasión, le
pondré mimo a esta complicada operación a la que decido someterme sin anestesia
y venda que me impida sentirme viva de dolor. Preferir morder la pólvora a tu
agonizante silencio como causa de mi desfallecimiento es la única manera que se
me ocurre para resurgir de mis cenizas. Y luego, si acaso, obligarte a levantar
la cabeza para encontrarme en un vuelo tan alto que te quiebre el cuello, sin
miramientos. Mis demonios me echan de menos y me impaciento por volver a arder
en ese infierno que tengo por reino, necesito gritarles de rabia para que su
presencia me dé placer y recordarles que, sin ellos, esto no sería posible.
Desgarrarme la piel hasta llegar a tocar el sentimiento tan puro, manchado de
impurezas, lleva su tiempo. El mismo que tardas en correr hacia el mar después
de estar casi un año sin olerlo, le coges con tantas ganas que, una vez en la
orilla, miras atrás con burla y al frente con desesperación. Soy tan animal que
me gusta lamerme la sal para defender mis heridas.
*Entre sábanas.*
Las lágrimas con poco hielo, pajita negra y vaso de plástico, ahí,
bien cargado, para que la tontería te suba antes. Mañana un hostión de 400 mg sin
receta y a seguir viviendo. Aquí quien no se espabila rápido es porque no
quiere. No soy de las que bebe sin compañía porque está feo calentarse sola,
pero no pienso rebajarme y me lleva dos vidas ser selectiva, así que si me tomo
un chupito de sinceridad contigo, estás de suerte, porque voy a follarte la
mente hasta que chorrees.
Y justo, ahí, seré mía más que nunca.
*Aplausos.*
La gran ola de Kanagawa,
de Katsushika Hokusai.
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