martes, 15 de febrero de 2022

La aventura de mi rendición.

Olvidé que escribía para mí y, de tanto olvidar, me abandoné. No me presté la atención que merezco, debe ser que la perdí por el camino cuando estuve haciendo autostop por el inmenso y seco desierto de la empatía. Me equivoqué de dirección, esto me pasa por seguir los consejos de Jack Sparrow y su brújula, creyendo que el oasis del lamento fue un gran descubrimiento, como si de un paraíso se tratase. Ese no era mi sitio, porque una sabe cuándo está fuera de lugar, cuándo no está en casa, como en casa. Lo complicado fue salir del dramático y frondoso laberinto donde me acostaba de día y despertaba de noche, sin mapa y con la brújula de Jack. No hacía falta gritar, los susurros hacían eco de la frustración, ni tampoco correr, cada dos pasos rápidos hacia delante eran tres pasos lentos hacia atrás, así que la clave era pensar bien la estrategia y en silencio para no despertar a los monstruos tristes. Fue difícil, pero lo conseguí.


Cerraba los ojos para así flotar, sentir que me dejaba llevar por corrientes y mareas que, lejos de querer ahogarme, conseguían sacarme de aquel dramático y frondoso laberinto. El mar me hacía suya hasta el punto de confundir mi pelo con sus algas, lo siguiente fueron unas escamas de colores en mi piel para así llamar la atención a cualquier amenaza, ironías de la naturaleza que solo quien la estudia, lo entiende. Me sabía la boca a sal y era capaz de respirar incluso con el llanto alto, me cruzaba a un sinfín de espantosas sirenas que me pedían que las quisiera mientras me pinchaban con el tridente robado de Poseidón, conocí los miedos más secretos de Moby Dick, nadé con una tortuga marina que me dijo que tenía 130 años y comprobé que la generación actual de tiburones por fin ha comprendido que los peces son amigos, no comida. Puedo decir que toda esta libertad no la he tenido en tierra, pero el agua escasea, los pantanos y ríos se secan, los mares se calientan hasta el punto de no poder hacer vida en ellos y es entonces cuando hay que mudar de piel, adaptarse a la vida en tierra. Me llevo un recuerdo maravilloso.


Y ahora mírame, toda fuego que en los momentos más tranquilos se llueve hasta a apagarse de una forma mágica, sin dejar rastro ni olor a chamusquina, tan desapercibida como el medioambiente en política. No engaño, soy humana que siente y padece un dolor que se agarra al pecho como si mamase de él, es su insaciable hambre lo que hace daño, pero hasta el amor por una madre tiene límites y es intolerable el martirio que supone que este dolor me abrace para calmarlo. Es por ello que me rindo a él hasta quemarme toda yo, ser ceniza, solo así puedo resurgir como ave fénix.

El resto es historia.

sábado, 24 de octubre de 2020

Hermética.

Soy más humana de lo que ya era y aquí voy a pedir mi suplico.

Paren el paso y agárrenme las manos en las que escondo mi cara caída en el lamento de este cuerpo que se quema con su verdad más absoluta. Mis ojos en llamas son un grito a la vida que mi voz, a veces ronca, a veces tímida, a veces muda, no consigue llamar. Deshagan los nudos marineros que me aprietan la garganta con un hilo tan fino como la línea que divide la realidad del sueño. Bájenme de la nube, que esta es gris como la pureza de una niña consentida y yo la quería blanca como la psique de una mujer que me asegure que llegaré a buen puerto. Desnudarse del dolor nunca fue tan difícil después de lidiar con mil y una batallas en las que tu peor enemiga, y fiel compañera, es tu alma. En un campo de minas se tienta a la suerte y al destino por igual, así que la mejor opción es guiarse por la luz de cada estallido, porque necesito despertar de la ceguera en la que caí con ciento y un combates. Puede que ese sea el motivo por el que mi armadura está sucia y sea momento de despojarme de ella para limpiarla, atrévanse a aprovechar ese instante para atacar porque sólo así tendrán la certeza de haberme atravesado con sus espigas. Y, una última cosa, no consientan que pierda mi caballo de Troya, mi regalo de paz viciada, la que recibí en las diez y una treguas concedidas a base de sudor y sin una gota de sangre.

Cuando cumplan todo eso, solo entonces:

No me vistan de promesas tejidas de sus mejores sedas, no me peinen ni me calcen con agujas. Déjenme desnuda, porque tengo derecho a sentir frío. Preparen la corona de laurel, no de espigas, y calibren las arpas. Den paso a esta humana que la hicieron creer diosa de todos sus placeres y guardiana de todos sus males, a la que tanto agradecieron por su felicidad y honraron con rosas de colores disecadas. Abran la mente, cierren los ojos y recíbanme como la mujer de carne y hueso que soy, cansada de este hermetismo tan salvajemente elaborado a base de sus confesiones en las que sólo dejaban que escuchase sin poder abrir la boca más de treinta grados. Aliméntenme con sus actos y no de esperanza, denme de beber vino blanco que ya he aborrecido el vino tinto. Y, sinceramente les pido, no se arrodillen si no es para darme el placer que merezco tras tanto tiempo en su cielo, porque quiero cruzar al infierno por lo que soy y no por lo que pude ser.


Soy más humana de lo que ya era. Mírenme.





Guernica, de Pablo Picasso.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Sabes a mar.

Sácame a bailar una vez más.

Me volvía cuerda por contarte los lunares y hago malabares sobre ella cuando me descubres tu skyline a cualquier hora del día. Por incentivar el turismo nacional, en toda ciudad me arriesgo a perder el equilibrio y caer contigo en cada precipicio al que te asomas con tus manos. Mientras, la luna no sólo está celosa, sino que le da vergüenza salir las mismas noches que nosotras estamos juntas y ya no brilla con la misma fuerza porque sabe cuándo retirarse.

Reconoceré sólo una vez que, desde que me agarraste, veo más estrellas en Madrid y con perspectiva,

me pones del revés y de vuelta,

te pongo de humana y acabas siendo la diosa que toda atea quisiera rezar,

me lees poesía en la playa

y en braille en la cama hasta dormirme en tu boca,

esa es la séptima manera de matar a esta gata.


Y sueño:

el oleaje silbando tu nombre y los rayos de sol tatuados en tus muslos me confunde, no sé si el mar me está pidiendo que me quede con él o contigo. Tal vez tenga el plan de perderme en cada orilla del norte para encontrarme en el sur de tu isla, quizá me deje alcanzar por las olas y vaya directa a ese torbellino oceánico que se lía entre tus piernas, con la seguridad de que serán tus rizos los que me salven de hundirme.

Por cada baño que me he dado este verano sentía que el agua cada vez estaba más salada. Han tenido el detalle de aliñar el mar para aligerar el proceso de cicatrización de mis heridas, me ha escocido, he llorado hasta dudar si la marea subía por mi culpa y, a la vez que me abrazabas, he servido de faro para que todo barco que estuviese a la deriva perciba el acantilado que se refleja en mis ojos.

Tú aprendiste el por qué a veces los huracanes tienen nombre de mujer, yo ahora entiendo por qué los tsunamis también.


viernes, 3 de julio de 2020

Llorona.

El calor de las noches,
la ventana abierta al poco viento,
alguna voz gritando en la calle.
Ojalá estuvieras aquí
para quejarte conmigo
de que tú tampoco
puedes dormir.
                        Miguel Gane. (@miguelgane)


La vida es un poco zorra, una noche tan pronto te pone cachonda como a la siguiente triste.

Coge aire, no digas luego que no te avisé. La virtud de Madrid es que para poder ver sus estrellas primero se tienen que meter entre tus piernas, fluye y te convertirás en una estrella fugaz fugada del orgasmo. No soy ningún polvo mágico pero sé que podemos hacer magia en ese polvo, no tengas prisa por morir porque antes vamos a acabar la botella de Luna Lunera que se quedó esperando, fría y solitaria, en mi nevera. Pídeme como deseo y, cuando me tengas, sopla. Vámonos a la playa, allí donde las olas rompen con fuerza, a ahogarnos en gritos y no en sollozos, pareceremos un mar sísmico en la arena. Cierra los ojos para ver al placer de frente y deja a la pena en la quinta esquina de la habitación. Ya me lo decían, más vale pájaro en mano debajo de tus sábanas que ciento volando entre tus dedos, o algo así era. Te quiero llevar tan alto que el Everest quedará en un segundo puesto y quiero presentarte a alguien, ella es Selene, entre diosas os entenderéis mejor.

La fea realidad llega en el momento en el que voy a cogerte la mano en el laberinto de cada sueño y no la encuentro. El recuerdo, la suposición y la imaginación han conspirado sin ti contra mí, no me dejan sentir(te) ni respirar(te) y la tristeza me roza sin piedad. La razón de ser es que estés lejos sin querer o, lo que es lo mismo, no poder tenerte cerca. Voy a hacer la confesión del mes: en soledad toco la añoranza huelo la melancolía degusto la esperanza oigo la rabia veo el dolor y me dejas sin sexto sentido. Contra todo pronóstico, el mes de julio ha empezado frío con ganas, no veo el brillo del sol y no me dejan quejarme contigo de que yo tampoco puedo dormir por el calor de sus noches.

La vida es un poco zorra, tan pronto te deja cerca de mí como después te aleja de nosotras.









La noche estrellada, Vincent van Gogh

jueves, 4 de junio de 2020

Algo más bonito que las cuatro estaciones de Vivaldi.

(I)
No me desnudas, me desarmas para abrir combate con la boca y romper la tensión que la naturaleza tensa. Tomas las riendas de mi cuerpo y manejas el timón para navegarme entre las sábanas sin rumbo fijo. Decides quitarte el miedo y la vergüenza a lametazo limpio contra mí. Juegas con fuego y parece no importarte arder porque tu llama prende tanto que ilumina nuestras cenizas
y yo, tan ilusa,
creyendo que sólo me darías
calor.
Te atreves a hacer conmigo en pleno invierno lo que la primavera hace con los cerezos y hasta te creo dueña del universo, Neruda nos puso las palabras y nosotras la cerveza,
gírame y ábrete
el alma. Te quiero escuchar, más.

(II)
Eres una transgresora por querer un plan de domingo en un sábado, te burlas del calendario, de la climatología y de cada precipicio que has tenido que cruzar hasta llegar a mí y a mis muslos con los ojos vendados. Te saltas los límites de velocidad, aceleras en cada curva porque tanto tiempo en el taller te ha preparado para ahora quemar rueda sin mirar atrás y hacernos polvo. He perdido la cuenta de las explicaciones que te debo en la cama con el tanga por los tobillos, la mano en el cabecero y el corazón en la entrepierna. Esto es también sentimiento.
Eres revolución, la fruta prohibida, los ojos de pantera, la lanzadora de flores de Bansky, la cuarta gracia de Rubens, el gran amor de Il Volo.

(III)
Si tus brazos son las puertas abiertas hacia el descansillo de tu pecho, no me hace falta salir a la terraza para inspirar aire limpio, ya te respiro a ti conmigo dentro.
Puede que seas el ático lleno de libros y cactus,
el refugio de este país que nos acalla los orgasmos,
el hábitat que me pone salvaje y la libido por los aires
y hogar.
Mándame dirección que estoy interesada en usufructuarte durante una temporada, tal vez me acostumbre y, por no echar de menos, cambie el contrato para quedarme contigo. He decidido que la ley aplicable será la de gravitación universal, que establece la fuerza con la que tú y yo nos atraemos por el simple hecho de tener ganas.

(IV)
Sácame de dudas: te hice dueña del cielo o del infierno.














Artista: Matu Santamaria
#matusantamaria

domingo, 10 de mayo de 2020

Escena 229, plano 1, toma 3.


El traqueteo de la persiana contra la ventana se confundiría con el cabecero de la cama contra la pared de no ser porque la noche que preveía romperte el tanga tú acabaste partiéndome en dos
el corazón.
Y eso no se hace, porque tiendas de lencería todas las que quieras, pero cajas de acero inoxidable como la mía, ninguna. Algo en común tuvimos, no estallamos y  mucho menos en añicos. Esto último no lo tengo muy claro.

*Lejos. Verano.*
Tendría que haberme encendido ese ansiado cigarro en el momento clave de tener los ojos más transparentes que el alma, pero quería escupir tanto veneno que al final ni sacié el vicio ni me morí con la verdad en la boca. Última vez que te dejo mantenerme la mirada si no es para reconocerte. Ya no declaro la guerra, ni siquiera voy a dar el gusto de estar con los brazos abiertos, porque las pocas balas que me quedan encañonan frente al espejo en el lado izquierdo del pecho, un tiro decidido, seco y directo. Nadie merece más que yo dejarme sin aliento si después voy a ser la encargada de coser mis heridas con aguja e hilo de autocompasión, le pondré mimo a esta complicada operación a la que decido someterme sin anestesia y venda que me impida sentirme viva de dolor. Preferir morder la pólvora a tu agonizante silencio como causa de mi desfallecimiento es la única manera que se me ocurre para resurgir de mis cenizas. Y luego, si acaso, obligarte a levantar la cabeza para encontrarme en un vuelo tan alto que te quiebre el cuello, sin miramientos. Mis demonios me echan de menos y me impaciento por volver a arder en ese infierno que tengo por reino, necesito gritarles de rabia para que su presencia me dé placer y recordarles que, sin ellos, esto no sería posible. Desgarrarme la piel hasta llegar a tocar el sentimiento tan puro, manchado de impurezas, lleva su tiempo. El mismo que tardas en correr hacia el mar después de estar casi un año sin olerlo, le coges con tantas ganas que, una vez en la orilla, miras atrás con burla y al frente con desesperación. Soy tan animal que me gusta lamerme la sal para defender mis heridas.

*Entre sábanas.*
Las lágrimas con poco hielo, pajita negra y vaso de plástico, ahí, bien cargado, para que la tontería te suba antes. Mañana un hostión de 400 mg sin receta y a seguir viviendo. Aquí quien no se espabila rápido es porque no quiere. No soy de las que bebe sin compañía porque está feo calentarse sola, pero no pienso rebajarme y me lleva dos vidas ser selectiva, así que si me tomo un chupito de sinceridad contigo, estás de suerte, porque voy a follarte la mente hasta que chorrees.

Y justo, ahí, seré mía más que nunca.

*Aplausos.*












La gran ola de Kanagawa,
de Katsushika Hokusai.

domingo, 23 de febrero de 2020

La persistencia de la memoria.

Que entre el frío, te quieres congelar, no notarte nada, quemarte y sentirte viva. Por este orden.

El calendario tiene tanta pena que se le caen los días a destiempo y te está dejando a ti sola mirando el pasado hasta que te canses. Se ha declarado el estado de alarma ante el estallido provocado en el Ministerio del Tiempo: los relojes solicitan más arena, los relojeros se han echado a la calle reivindicando su derecho a tener más horas, el invierno llegó a primeros de septiembre y aún no se ha ido, y en Madrid ya no se corre para coger el tren, se vuela. Desde que no contamos los meses el tiempo se ha revolucionado, avanza y retrocede cuanto le da la gana. Tiempo de suspiros es lo que hace falta como agua de mayo.
Esperas a ver qué pasa y lo único que pasa es la vida, se te escapa entre las manos mientras tu mirada está puesta en tus pies quietos esperando a escuchar la señal como si tu cuerpo fuese un trono de la santa semana cuyo peso cae sobre tu espalda y pides calma, más. Haz el favor, dedícate una levantá.
La verdad de golpe duele tanto como la mentira a sorbos y cerrar el bar siempre es el plan, da igual en el lado de la barra en el que estés porque para ti hay sitio siempre y para mí sólo a ratos, si llego contiempoconlosbrazos –y las piernas– abiertosconunasonrisa, de rojo, mejor. Ya lo ves, yo a veces con, tú habitualmente sin.

Si siempre te dices nunca, nunca será siempre.
03/febrero/2016, 20:54

No te quieres dañar porque lo cierto es que ya estás rota y no sabes cuánto más debes soportar para explotar y brillar como un fuego artificial. Te quedas a que suceda ese algo que te prenda te coloque con su aire te ensordezcas con tu propio ruido que da el aviso de prepararse porque estas a punto de despegar, nada te para cuando empiezas a crecer y pum. Ojalá te cruces por mi cielo contaminado y los milanos negros se asusten de tu esplendor.
Ya lo decía Dorian, si quieres verme vas a tener que explorar todos esos desiertos que no puedo abandonar, ni quiero hacerlo. Es por mí, no por ti.
La prisa por decir las cosas viene dada por mi falta de puntualidad. Es curioso llegar tarde a una cita cuando directamente no la hay, tu ausencia marcaba mis pasos apresurados que me provocaban quedarme sin aliento, quería estar aun sabiendo que tú todavía no. Nuestro ritmo parecía ser incompatible y nos encabezonamos en ir acompasadas pese a encontrarnos lejos, porque estando juntas ya lo conseguíamos, después no.
Se podría decir que tu reloj y mi reloj juegan a ritmos distintos, tú mides las horas y yo los minutos. Tú no puedes, ni quieres, vivir a contrarreloj y yo no quiero, ni puedo, vivir con tiempo.




La persistencia de la memoria, Salvador Dalí.