Tomás de Aquino.
Me he aficionado a tocarte cada noche y a correrme sin ti de madrugada.
Dicen que no hay pecado capital si vives en la capital del pecado, ahora entiendo que vinieras aquí para así leer, a ciegas y en susurro, cada pliegue de tu ser. A ti, que tu historia no está escrita con palabras porque no existe significado que le haga justicia. Pido tregua llevando por delante bandera blanca, consigues envolver y me tomo mi tiempo para analizar tu síntesis.
Estoy llena de intentos en los que hago por entenderme y la mayoría acaban en fracaso tal vez buscado.
Hay un miedo latente que supera al del baile del corazón, que ya no se mueve al ritmo, está cansado, se está recuperando del último tango que le dejó ahogado y luego seco por la gula que tenía de beberse la vida con mucho hielo y poco tiempo.
Mi boca se vuelve avariciosa desde que descubrió tu cuerpo, vio más que mis ojos y sintió menos que mis dedos. Aprovéchalo, puede que te resulte dulce y no por la tarta, arenosa, de queso. No me puedes negar la oferta.
Sin darnos cuenta somos la soberbia, entendida como orgullo, personificada en un país donde el pin parental es buena idea. Comerse la vida con la ultraderecha en la televisión de fondo también es un acto de rebeldía y a mí me pone. Que se jodan.
Reconozco que envidio todos los sitios a los que has vuelto por haber tenido la oportunidad de escucharte reír, mínimo, una segunda vez. Posiblemente esta sea la causa-efecto de mi ira contra el ayer, respírame hoy y acuérdate de volver mañana.
No hay pereza más placentera que la que supone meterse en la ducha, recién salida de la cama, una vez yo haya conseguido desenredarme de tus piernas o tú tus manos de mi pelo.
Tremenda victoria de una guerra donde la lujuria sale de las trincheras tímida y se enfrenta en el campo de batalla con inocencia, dispuesta a sudar por cada verano en el que dos ángeles se buscaban y conseguían lo mismo que un girasol en los días de lluvia.
Te propongo el reto de incendiar esta ciudad, la misma que ha estado a nuestros pies, la que ha callado fascinada por sentir nuestra valentía.
Arde Madrid, de Paco León y Anna R. Costa, 2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario